Estaba estudiando y dude. Quería ir a verte pero tenía
que preparar una clase. Sabía que me
estabas esperando pero quería llevar la clase bien preparada. Pensé que no tardaría
mucho tiempo en llegar. Que podría
acercarme y luego seguir estudiando.
Solo tenía que bajar la calle Narváez que a esas horas ,las
siete de la tarde, estaría en plena ebullición.
Las tiendas llenas de gente con ganas de gastar , los bares ofreciendo cervezas
y las heladerías llenas de niños. Y en la esquina con Fernán Gonzalez aparecería
tu cafetería favorita, Viene azul ,con su cartel luminoso y su agradable
terraza. Me sentaría con tus amigas, me invitarían a un café rápido y hablaríamos de ti y de cómo te echaban de menos en sus tertulias.
Después seguiría
andando hasta llegar a la calle Ibiza, pasearía por su agradable y luminoso bulevar,
me pararía en el quiosco que hace esquina con Maiquez y te compraría el “Hola”
, te encantaba leerlo conmigo y yo disfrutaba cotilleando y buscando los
defectos de los ricos y famosos. Ya
con el “Hola” en el bolso pasaría por Balear2 , ese restaurante de difícil
acceso y de menús caseros donde tantas veces hemos bebido sangría
y nos hemos reído juntas y donde siempre al final el camarero nos echaba amablemente, a pesar de nuestros intentos para que nos dejara quedarnos un ratito más . Y antes de torcer
por la siguiente bocacalle entraría en la iglesia San Vicente Ferrer ,esa
iglesia pegada al hospital Gregorio Marañón y en la que siempre me decías que
entrara para dar gracias a Dios por todo lo que tengo. Me arrodillaría en el banco de la última fila y clavándome la dura madera en la rótula
y sintiendo dolor en el menisco rezaría por ti y por mí.
Y por fin llegaría
a tu calle, tu querida Antonio Arias, una calle corta y estrecha pero donde siempre entra
el sol y su reflejo tiñe de oro los edificios y dibuja un guiño en los rostros
que por allí asoman . Habría taxis en doble fila. Me acuerdo del
ataque de risa que me dio aquella vez que cogiste un taxi para volver a
casa y le explicaste al taxista que te sorprendía
que no conociera la calle más dulce de
Madrid, la calle con la mejor pastelería, la pastelería Dani. Nos dejó en la puerta y se fue guiñando un ojo. Hoy también me pararía en la puerta de Dani , compraría
pasteles para ti y luego cruzaría la
calle para ir al número seis, tu casa,
para ti un palacio.
Subiría las
escaleras andando , rejuveneciendo con
cada piso que subía y al llegar al
cuarto seria otra vez una niña con coletas, me limpiaría los pies en la
desgastada alfombra de la puerta ,
sacudiendo el polvo de mis zapatos,
polvo que escondía las cenizas de
una juventud perdida . Abriría la puerta
y tú me dirías como me decías siempre:
“ Que alegría , se ilumina la
casa cuando entras” y yo te daría un
largo abrazo. Hubiera tardado muy poco tiempo en hacer todo esto . Y
lo hubiera recordado siempre. Pero no
fui. Decidí quedarme estudiando. Y nunca más te volví a ver.
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