domingo, 27 de septiembre de 2020

LA BELLOTA

Era una tarde de finales de Septiembre, el Otoño asomaba sus colores tenuemente como pidiendo permiso para no molestar, pero de repente como si no pudiera esperar más, abrió la puerta de par en par y entró de golpe tiñendo todo de oro a su paso: la tierra, los árboles, el cielo, el horizonte. ÉL estaba allí, ella también, los destellos dorados se reflejaban en la cara de ambos, no había flacidez, no se notaban las arrugas, ni las ojeras. Era como si al mismo tiempo que cambiaba el color de las cosas el tiempo retrocediera y con él todo las huellas que había dejado a su paso. EL corazón de ella latía. El de él estaba tranquilo. Ella le miraba. El miraba a una Encina, una encina enorme y solitaria donde momentos antes un rebaño buscaba sombra. - ¡¡Mira una bellota!! -Exclamó él- - ¡¡Es enorme y que color tiene!! –añadió. Era la inequívoca señal del otoño. Entonces él con varonil destreza estiró la mano y con una suavidad que contrastaba con la rudeza de sus manos la arrancó diciendo al mismo tiempo: -Toma es para ti. ¡Es tan verde como tus ojos! -¡Qué bonita! ¡Y casi tan grande como tu mano, me encanta! Muchas gracias -Contestó ella sorprendida ante lo inesperado del gesto Y otra vez él, con marcado gesto de galantería, la invitó a sentarse y abrió un par de cervezas Ella mientras tanto apretaba con fuerza su regalo, un escalofrió recorrió su cuerpo como si fuera de nuevo una adolescente. Esa bellota tenía la fuerza de esos regalos que llegan directos al corazón y allí buscan un escondite y se quedan mucho tiempo, porque con los años necesitas convertir los momentos en refugios, refugios que nadie puede encontrar, que nadie te puede quitar y a los que puedas volver como un niño vuelve asustado a su casa después de un mal día en el colegio. Es curioso pero pocos regalos alcanzan su objetivo. Y suelen ser esos, los que no esperas, los que no cuestan dinero: una flor recién cortada, un mensaje escrito en una servilleta, un viejo libro leído muchas veces pero solo una vez dedicado , una simple bellota recién arrancada , son esos, los que sabes que son sólo para ti , los que nunca olvidas. -Póntela de estado, o súbela a Instagram es muy chula-Dijo él con tono condescendiente y rompiendo en mil pedazos todos los pensamientos que flotaban en el aire -No – contestó ella tajante mientras pensaba que quería esa bellota para ella, solo para ella, había dejado de ser una bellota para ser algo más. Tenía la magia de las cosas que nadie sabe que significan, la magia de las cosas que no cuentas, la magia de los secretos, la magia de un tarde de otoño teñida de oro capaz de convertir una simple bellota en el cómplice silencioso de dos personas, la magia de reducir el mundo a un instante. -La guardaré para mí –añadió ella mientras se la imaginaba ya dentro de su caja morada, una caja llena de pequeños momentos anclados a pequeñas cosas, una vieja caja llena de vida -Entonces… ¡Dámela!, si no te la pones de estado ni la subes a Instagram con lo chula que es me la pondré yo, que para eso la he visto yo primero - Exclamó él con cierto aire de soberbia Y con el mismo cuidado y suavidad con que cogió la bellota del árbol ahora la colocaba en la mesa, una mesa donde tenía que esquivar dos Mahou Cinco Estrellas recién abiertas que nunca se llegarían a beber Con todo el cuidado del mundo colocó la bellota en la mesa, justo delante de una de las cervezas, fue a buscar el móvil y como si le fuera la vida en ello disparó, su cara denotaba satisfacción, el resultado de la fotografía había cumplido también su objetivo, había producido una perfecta conexión entre sus neuronas, una sinapsis que le permitió guardar en su cerebro durante mucho tiempo la sensación de logro cumplido. Sensación de logro solo superado por el número de visitantes que tuvo la foto. Pero en el mismo instante que la foto salía de su móvil hacia miles de destinos desconocidos la bellota estallaba en mil pedazos, perdiendo su color, su capuchón, su historia., se vació de contenido como se vacían las palabras a fuerza de usarlas La bellota seguía en la mesa pero ya no era suya. En un abrir y cerrar de ojos, la había perdido, le había perdido , se habían perdido….había desaparecido la magia de lo exclusivo, había desaparecido la complicidad, ya no habría escondite al que volver, ni habría secreto que esconder, ni historia que contar, ni emoción que recordar Se levantó y comenzó a andar. El sol se había escondido y con él los destellos dorados….todo había vuelto a su color, un ligero velo gris cubría ahora los árboles, la tierra, el cielo, el horizonte Volvió la cabeza, miró hacia atrás; la bellota seguía en la mesa, había dejado de ser verde ahora era marrón oscura, había dejado de ser grande ahora era pequeña, era amarga….se estaba pudriendo. Él detrás de una cerveza miraba otra bellota con más color, más grande, más brillante, más bonita. La que decenas de ojos en ese instante también estarían mirando…una bellota vacía Anochecía y ella continuó andando, el viento soplaba entre las encinas haciendo caer al suelo decenas de bellotas y esa manera de verlas caer entristecían sus ojos, unos ojos verdes infinitos de bellotas rotas, rasgados y cosidos de tanto haber soñado, agotados como cuando palidecen los colores y oscurece la tarde