Eran las tres de
la mañana. No podía dormir. Lo intenté todo:
Dejar la mente en blanco, no pensar en nada, pensar solo en lo bueno,
contar los países que me quedan por visitar, contar ovejas, contar los novios
que tuve y los que no tuve. ¡Pero nada! No
había forma de perder la conciencia…
Con lo cual me dije: Ya está bien de perder el
tiempo, me levanté, me fui a la mesa del comedor, saqué el ordenador y me puse
a escribir… Con el impulso que me daba el sonido del silencio y con la
sensación de control que te da el saber
que medio mundo está dormido mientras tú sigues despierta me fluían las
palabras con más agilidad que de costumbre.