Tenía la boca seca. Con la única mano que podía mover cogió un poco de nieve y se la llevo a los
labios. Acto seguido y con una voz metálica dijo: _¡No me dejes! Hinqué la rodilla
en la nieve y mi acerqué a él, quería calentarle con mi aliento, con mi voz, con
el calor humano que desprendía mi cuerpo.
Me vi reflejado en sus ojos , que enmarcados por filamentos blancos que
le teñían las cejas y las pestañas, ganaban intensidad. La piel de su cara
estaba quemada por el hielo y había adquirido el color oscuro, ese rastro negro
que deja la necrosis por la falta de circulación de la sangre. Solo oía su
ansiosa respiración golpeada de forma intermitente
por ráfagas de nieve y viento. A mi alrededor ni rastro de vida, solo el
silencio que asustado dejaba paso a los bramidos de una tormenta que desde la
cima más alta nos acechaba como un lobo a su presa.
_¡No me dejes, no puedo ver! ,se lamentó. Hacia unos meses le habían operado de los ojos para
poder escalar con mayor seguridad y las
cicatrices de la operación le habían estallado por el frio, se le habían
congelado los globos oculares por eso no veía. La falta de visión le había
abatido. No podía distinguir sus pies,
ya sepultados por la nieve, nieve que
avanzaba y que extendía su manto impasiblemente sobre sus piernas, sobre sus pantalones
llenos de jirones. Intente reactivar su mano inmóvil frotándola con la mía, pero estaba
congelada, era como una piedra fosilizada. No tenia guante. La otra mano
todavía la podía mover, pero unos dedos rígidos
y de color morado desgarraban el guante
que todavía le quedaba..
Intente levantarle pero no podía con él.
Nos faltaba oxigeno. Tenía que tomar una decisión. El cielo estaba cubierto de
nubes grises, y la nieve caía lentamente pero sin interrupción. La tormenta no tardaría en desatarse, las
avalanchas nos sepultarían
_¡No me dejes, no quiero morir solo!, susurró como susurra una placa de hielo a punto de quebrarse. Y
entonces se me heló el único rincón
donde mantenía calor: la conciencia.
Me paralice por un momento. Le abracé, lloramos y las lagrimas se convirtieron en hielo antes
de llegar a su destino..
Mi instinto de supervivencia me alertó. Me
levanté e inicié el descenso . Un indolente y lento descenso. Un paso detrás de
otro. Un esfuerzo detrás de otro. Hasta
que me desdoble de mi cuerpo.. Desde el escalón
de la montaña, sentado junto a él, era testigo mudo de como mi propio cuerpo
iniciaba el descenso sin mí. Un paso. Mi pie y mi pierna se hundían. Otro paso y se volvían a hundir en
una montaña cubierta de nieve. Una montaña solitaria y de una inmensa belleza.
El todavía
respiraba pero sus ojos estaban fijos en
el infinito, no pestañeaba, ya no sentia.
Yo seguía con él mientras mi cuerpo bajaba sin mí....
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