sábado, 12 de diciembre de 2015

UN GESTO EN EL ESPEJO


Había pasado un mes desde la operación. Y tan solo veinticuatro horas desde que su hermana le rapó la cabeza al cero. Todavía no había tenido la valentía de mirarse en el espejo. Pero  hoy se había levantado animada, se duchó, se puso ese vestido color turquesa que tanto le gustaba y se colocó delante del espejo de su habitación.

La primera impresión le heló la sangre. Su primera reacción fue llevarse las manos a la cabeza. Tenía que asegurarse que era ella. Tenía que comprobar que la imagen que le devolvía el espejo era la suya. Siempre le había gustado que le tocaran la cabeza, era uno de sus puntos más sensibles. Vio como el espejo le reflejaba la imagen de sus manos acariciando una cabeza desconocida, blanca  y con una ausencia total de cabello, al mismo tiempo sintió un escalofrió y la frágil sensibilidad de su piel. No le quedó duda. Era ella. Era su cabeza. Y a continuación  notó como sus ojos de color miel, jaspeados con manchas verdosas se empezaron a humedecer.  Y a medida que se humedecían, el color miel brillaba más y las manchas verdosas se diluían y se convertían en agua. Se le escapó una lagrima que empezó un lento descenso por su mejilla, descenso que fue bruscamente interrumpido por un rápido movimiento de su mano derecha.  Aunque sabía que era ella, el espejo se empeñaba en devolverle la imagen de su madre.  Nunca antes había visto a su madre en su propio rostro. Nunca antes se había dado cuenta que eran tan parecidas.   El espejo había conseguido  unirlas en otra dimensión , una dimensión  donde el tiempo y el espacio no existían, el espejo había conseguido mezclar dos mundos, dos épocas, dos rostros  y convertirlos por unos segundos en la misma persona.  Se preguntaba en quien se había convertido.


Finalmente se armó de valor, y cogió la peluca. Se la ajusto bien, primero un lado ,después con mucho cuidado de no despeinarla, el otro. No podía soportar el picor que le producía, pero se repetía constantemente que  tenía que acostumbrarse. Tenía miedo. No se atrevía a mirar al frente. No se atrevida a seguir. Aunque   el color de pelo era el mismo, la melena era más corta y todos lo notarían.
Cerró los ojos. No paraba de pensar  que le diría la gente.  Siempre la decían que tenía un pelo precioso. Ya no se lo dirían más veces.

Al final con el corazón encogido abrió los ojos,  y miró al frente. Se llevó una grata sorpresa, no estaba tan mal,  se sentía favorecida con la peluca.. Parecía la de siempre , la gente no notaria la diferencia. Y enseguida detectó como  sus ojos volvían a estar jaspeados con manchas verdosas y  como cambiaban de expresión.
Ya no veía  a su madre , que murió de cáncer a la misma edad que tenía ella ahora, reflejada en el espejo. Ahora se veía a sí misma . Era la de siempre. Era ella.
Sonrió y aparecieron dos hoyuelos en sus mejillas, la sonrisa iluminó su rostro que en ese momento resplandeció. El miedo había desaparecido . Ahora estaba contenta. Sacó su barra color ciclamen y muy lentamente se pintó los labios una y otra vez. Después se los humedeció con la sensualidad de una mujer que recupera la seguridad en sí misma y que vuelve a sentirse seductora, todavía podría gustar,  cepilló su recién estrenada melena y antes de darse la vuelta le pareció volver  a ver a su madre a través del espejo, enviándole un guiño de complicidad.

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