miércoles, 9 de diciembre de 2015

EL TRAYECTO QUE NO HICE



Estaba estudiando y dude. Quería ir a verte pero tenía que  preparar una clase. Sabía que me estabas esperando pero quería llevar la clase bien preparada. Pensé que no tardaría mucho tiempo en llegar.  Que podría acercarme y luego seguir estudiando.
Solo tenía que bajar la calle Narváez que a esas horas ,las siete  de la tarde, estaría en plena ebullición. Las tiendas llenas de gente con ganas de gastar , los bares ofreciendo cervezas y las heladerías llenas de niños. Y en la esquina con Fernán Gonzalez aparecería tu cafetería favorita, Viene azul ,con su cartel luminoso y su agradable terraza. Me sentaría con tus amigas, me invitarían a un café rápido  y hablaríamos de ti y de  cómo te echaban de menos en sus tertulias.


 Después seguiría andando hasta llegar a la calle Ibiza, pasearía por su agradable y luminoso bulevar, me pararía en el quiosco que hace esquina con Maiquez y te compraría el “Hola” , te encantaba leerlo conmigo y yo disfrutaba cotilleando  y buscando los  defectos de los ricos y famosos.  Ya con el “Hola” en el bolso pasaría por Balear2 , ese restaurante de difícil acceso y de menús caseros donde tantas veces hemos  bebido  sangría y nos hemos reído juntas y donde siempre al final  el camarero nos echaba  amablemente, a pesar de nuestros intentos  para que nos dejara  quedarnos un ratito más . Y antes de torcer por la siguiente bocacalle entraría en la iglesia San Vicente Ferrer ,esa iglesia pegada al hospital Gregorio Marañón y en la que siempre me decías que entrara para dar gracias a Dios por todo lo que tengo. Me arrodillaría  en el banco de la última fila  y clavándome la dura madera  en la rótula  y sintiendo dolor en el menisco rezaría por ti y por mí.
Y  por fin llegaría a tu calle, tu querida  Antonio Arias,  una calle corta y estrecha pero donde siempre entra el sol y su reflejo tiñe de oro los edificios y dibuja un guiño en los rostros que por allí asoman . Habría taxis en doble fila. Me  acuerdo del  ataque de risa que me dio aquella vez que cogiste un taxi para volver a casa y le explicaste  al taxista que te sorprendía  que no conociera la calle más dulce de Madrid, la calle con la mejor pastelería, la pastelería Dani. Nos dejó  en la puerta y se  fue guiñando un ojo.  Hoy también me pararía en la puerta de Dani , compraría  pasteles para ti y luego cruzaría la calle  para ir al número seis, tu casa, para ti un palacio.
 Subiría las escaleras andando , rejuveneciendo  con cada piso que subía  y al llegar al cuarto seria otra vez una niña con coletas, me limpiaría los pies en la desgastada alfombra  de la puerta , sacudiendo el polvo de mis zapatos,  polvo  que escondía las cenizas de una juventud perdida . Abriría la puerta  y tú me dirías como me decías siempre:  “ Que alegría  , se ilumina la casa cuando entras”  y yo te daría un largo abrazo.  Hubiera  tardado muy poco tiempo en hacer todo esto . Y lo hubiera  recordado siempre. Pero no fui. Decidí quedarme estudiando. Y nunca más te volví a ver. 


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